Katia tamborileaba los dedos sobre aquella mesa de madera gruesa y pesada, a lo lejos podía verla incómoda. Sentada sola en aquel restaurante mientras esperaba a sus amigas podía palparse su mayor miedo, no tener compañía. Las cinco habíamos desarrollado una especie de complicidad mucho más fuerte que un lazo familiar, éramos amigas desde hace veinte años, nos conocimos en el kinder y nos habíamos vuelto inseparables desde entonces. Conocíamos la peor parte de cada una y aun así habíamos decidido amarnos incondicionalmente. Decir que éramos como hermanas era poco, éramos almas gemelas.
Crucé el parque que me alejaba del punto de reunión y me apresuré al encuentro de mi amiga que seguía retorciéndose en su asiento impaciente porque alguien le hiciera compañía.
-¡Hola darling! – le dije, mientras me sentaba a su lado en espera de las demás.
-¡La gatez de la impuntualidad con ustedes! –me respondió con ese tono acusador que solamente eres capaz de soportarle a quien ha pasado la mayor parte de su vida a tu lado. Solté una carcajada, pedí dos cervezas y ella sabía que era mi modo de decirle lo siento mucho, aquí estoy.
A los pocos minutos llegaron Lucía, Camila y Nadia. Lucía, es alta, delgada y con piel de porcelana, demasiado bonita para esta ciudad creía yo. Camila con su pelo largo y lacio, la nariz afilada y los ojos grandes, tenía la manía de peinarse la cabellera con los dedos cada vez que se ponía nerviosa y Nadia, la hippie del grupo, una hippie de curvas delicadas e ideas brillantes, creía en las energías, en las vibras y en la capacidad de la gente de ser buena. A pesar de todas las traiciones que había vivido siempre lograba confiar de nuevo en las personas. Yo por mi parte me podía describir como el punto medio, un tanto cínica ante la vida, mi encanto consistía en ser libre, soltar carcajadas y provocarlas; pero también de estar plenamente consciente de que poseía algo que seducía y sabía como explotarlo.
Sentadas las cinco en aquella mesa sabíamos que esa tarde se trataría un tema que nos había tomado a todas por sorpresa. Las palabras TERMINÉ CON JOSÉ seguidas de tres puntos suspensivos habían parpadeado en mi celular a las 9:15 am de aquél sábado. NO JODAS ¿¡QUÉ?!, fue lo que mis dedos recién levantados atinaron a contestar. José era el “amor de la vida” de Katia, se habían conocido hacía dos años en un viaje que ella había hecho a Nueva York, compartieron algunas palabras durante el vuelo de ida pero jamás intercambiaron teléfonos, ni redes sociales. Ambos se pasearon por aquella ciudad sin jamás cruzar su camino hasta que abordaron el vuelo de regreso. Se sentaron uno al lado del otro ensimismados en la pantalla de su móvil, riendo con sus iPhone hasta que las azafatas ordenaron apagar cualquier equipo electrónico. Había llegado el momento de convivir con el ser humano que tenían a un lado, dos sonrisas conocidas y una cara familiar, más cinco horas de vuelo fueron suficientes para que este par empezara a andar una semana después. El individuo en cuestión se había ganado nuestro aprecio y hasta lo habíamos convertido en parte del grupo; era algo así como un activo fijo.
Con lo que no contábamos era que ese activo fijo se iba a fijar en una recién graduada de la universidad de veintidós años con piernas largas y de nombre Sofía. Sofía era becaria en el despacho del incipiente abogado José Durán, quien había heredado los clientes y las oficinas de su padre. Katia nos contó que José era al parecer muy malo para esconder sus infidelidades y claro Sofía era demasiado joven y descarada como para ocultar el romance que meses atrás había comenzado como un juego de oficina.
Así que ahí estábamos, la cuerneada, la hippie que creía poco en el amor de pareja y mucho en el poliamor, la de piel perfecta que seguía en la búsqueda del príncipe azul, la del pelo precioso que llevaba años con el mismo novio por comodidad y yo, la que se estaba recuperando de un corazón destrozado y para la cual era casi imposible pensar en volver a enamorarse.
-Necesito vengarme –susurró Katia
-¿Vengarte guey? Neta, todo en esta vida es energía y todo se regresa, el karma está cañón amiga. Deja que la vida se lo cobre –respondió Nadia con esa voz tranquila y pausada que parece que está en una clase de yoga permanente.
-¡Sí hagamos algo al respecto! –respondí en automático y todas de un modo bizarro creímos que era lo correcto.
Así fue como comenzó todo. Cinco cabezas, cinco amigas reunidas alrededor de una mesa llena de shots de mezcal pensaron y armaron un plan de batalla contra el INOMBRABLE y su espléndida nueva novia. Debo decir que esto era terapéutico para mí, de cierta forma vengaba y rescataba la dignidad de mi amiga, pero también por una especie de efecto rebote me estaba rescatando a mí. ¿Quién iba a pensar las consecuencias de un plan que se había fraguado en la mesa de un restaurante cualquiera en la Roma?
Llegué vestida al bar en el que José se reunía con sus amigos todos los jueves. Katia me había puesto un push up que levantaba mis atributos hasta la garganta, por su parte Lucía me había prestado un vestido negro que se entallaba a mi cintura y dejaba la mitad de mis piernas al descubierto. Me senté en la barra y esperé a que mi presa o alguno de sus amigos se acercaran.
-¿Sam? –José pronunció mi nombre mientras posaba su mano sobre mi hombro.
-José, que coincidencia.- respondí con una sonrisa cínica y toqué su brazo para acercarme a darle un beso en la mejilla.
El abogado “experto” en las artes de la seducción se sentó a mi lado y me invitó un trago. Platicamos durante algunos minutos sobre su relación con Katia y por supuesto le pregunté por su nueva novia mientras mi pierna rozaba la suya.
-Sofía, es mi becaria, no pude evitar caer en la tentación, así como estoy intentando no caer rendido a tus pies en estos momentos.- respondió como si fuera un guión aprendido al que solamente le cambia los nombres.
Esbocé una sonrisa y fingí sentirme apenada. Su mirada se clavaba en mi escote una y otra vez y yo sabía que el plan estaba dando resultado. José era un hombre alto, delgado, de barba tupida y ojos cafés profundos. Jamás pensé que fuera mal parecido y tenía un gusto exquisito para vestirse. Sin embargo siempre pensé que creía ser mucho más de lo que era y sobre todo odiaba que se sintiera superior a mi amiga, pero hoy estaba en mis manos. Sabía que podía moverlo como un títere para que cumpliera con nuestro objetivo y lo estaba logrando. Mis manos rozaban las suyas, sus ojos se perdían en los míos, mi lengua incitaba a su boca, aunque por dentro pensaba “En cuanto este tarado me quiera besar, me tiro el whisky encima”. Todo estaba casi fríamente calculado, la cámara estaba lista y mis amigas desde su asiento podían capturar al infiel en plena acción.
@UnaTalAri