¿Cómo le llamarías a esto? ¿Bitácora?

«Es posible que nuestra mente diga: Yo no te conozco. Pero el corazón sí le conoce.»

Brian L. Weiss

Nos vemos en la próxima vida, te dije antes de salir de la habitación. Pero te voy a pedir un favor; en la próxima vida encuéntrame pronto y vamos a saltarnos la parte de enamorarnos, ya vimos que como pareja somos un desastre, pero sí que sabemos amarnos incondicionalmente como amigos. En esa vida reponme los años que me quedaste a deber, que pocos no son.

¿Te dije que me he amarrado los dedos para no mandarte videos en TikTok como solíamos hacerlo diario? Y es que todavía no sé qué me duele más, si el detenerme a mandártelos o el que sé que se quedarán ahí, varados sin respuesta.

Hoy revisé nuestra conversación de WA con la esperanza tonta de que tu hora de conexión cambie, vuelvo a leer todo lo que me escribiste, creo que para extrañarte menos. Escucho tus audios y tus risas porque supongo que al final eso es lo que más extrañamos, lo más habitual, lo más sencillo, lo que damos por sentado, algo tan cotidiano como la risa de alguien.

Hoy empecé a escuchar un podcast de tanatología, para entender un poco más tu partida y dejar de reclamarle tanto a la vida; esa que tú siempre decías que era muy sabia. Sé que si te lo pudiera contar me dirías «pinche ridícula», porque pues a ti las cosas te pegaban diferente, pero siempre supiste que yo soy una chillona. En fin me quedo con una frase que escuché «Yo no elegí lo que pasó, pero sí escojo la actitud con la que lo enfrento».

Hoy estuve unos minutos en mi jardín; mi mejor amiga, que también está viviendo un duelo, me dijo «Aunque suene a cliché, te juro que siempre están con nosotros, incluso más cerca que antes y lo vas a sentir”. Y no sé si estabas o no ahí pero no pude evitar decir un «te amo», de esos cotidianos como cuando colgábamos el teléfono.

Amanecí con un pésimo humor, sí, más del habitual; porque sé perfecto que eso es lo que estás pensando. La tanatóloga dice que hay una terapia de duelo llamada «narrativa» y supongo que la empecé antes, sin saberlo. Se supone que si lo escribes e intentas escribir todos los días, entonces dejas de mentir y comienzas a aceptar. Pues bueno… hoy no tengo ganas de que nadie me hable, de que nadie me pregunte ¿cómo estás? Porque la realidad es que no sé como estoy. Me gustaría mucho no sentirme enojada pero no puedo… todavía no.

No te he escrito en varios días, pensé que ya estaba en la parte de la aceptación pero hoy tuve… ¿cómo le llamarías? ¿una recaída?. Te extraño tanto, creo que aún no asimilo que jamás voy a volver a verte o a reírme contigo o de las cosas graciosas que siempre te pasaban. Creo yo que porque todo lo hacías rápido y hoy lo entiendo; hay almas que simplemente tienen prisa por vivir.

De ligues y otros desastres

Dicen que uno es lo que vive y pues yo soy una treintañera que no sabe absolutamente nada de la vida pero que se divierte bastante. Un día me di cuenta que el salir con alguien y fracasar en el intento de construir algo con esa persona lejos de causarme un conflicto me producía un montón de anécdotas para entretener a los demás. Aprendí a convertir lo que quizá otros verían como fracasos en aprendizajes y a conocerme tanto que incluso sabía que aunque ese date maravilloso me encantara pues digamos que no iba a durar demasiado si cada vez que íbamos al cine se quitaba los zapatos. Y es que cosas tan pequeñas como esas son importantes para convivir con alguien. Llega ese momento en el que aprendes a divertirte y a convertir esa cita que fue un desastre en carcajadas para ti y para otros.

 

Las cartas: Introducción

Susana sorbía el último trago de café y colocaba la taza en el fregadero mientras su mirada viajaba a través de la ventana y se detenía en el edificio de enfrente. Luces encendidas, familias enteras preparándose para salir de sus hogares y cumplir con la rutina. Nada nuevo bajo el sol, pensaba. Minutos más tarde una carta se deslizaría por la puerta y su vida cambiaría.

El sonido del elevador se entremezcla con los ru idos cotidianos de los vecinos alistando la partida, los pasos se acercan al departamento 30B y un sobre color amarillo se desliza bajo la puerta, las pisadas se alejan. Susana tarda unos segundos en reaccionar y se apresura a la entrada, recoge el sobre, corre el cerrojo, abre la puerta en el mismo instante en el que el elevador se cierra. El sobre va dirigido a ella y tiene una hora marcada con plumón negro 07:45 am, revisa el reloj y la manecilla se coloca en el horario indicado. Un escalofrío recorre todo su cuerpo y de pronto un impulso por soltar lo que tiene en las manos se apodera de ella, lo coloca sobre la mesa y se toma unos minutos para decidir lo que viene después. Coge el abrecartas y lo encaja en el sobre para liberar su contenido. Cuenta Don Ernesto, el vecino del 28B que a las 07:50 am aproximadamente escuchó cristales romperse, como si alguien deliberadamente hubiera tirado algo y unos diez minutos después unas pisadas a toda prisa cruzaban el pasillo.  Días después, cuando la investigación comenzó se encontraría un jarrón hecho añicos en el suelo, la única prueba de que quien habitaba ese lugar había tenido que salir a toda prisa.

El Bar…Parte I

Katia tamborileaba los dedos sobre aquella mesa de madera gruesa y pesada, a lo lejos podía verla incómoda. Sentada sola en aquel restaurante mientras esperaba a sus amigas podía palparse su mayor miedo, no tener compañía. Las cinco habíamos desarrollado una especie de complicidad mucho más fuerte que un lazo familiar, éramos amigas desde hace veinte años, nos conocimos en el kinder y nos habíamos vuelto inseparables desde entonces. Conocíamos la peor parte de cada una y aun así habíamos decidido amarnos incondicionalmente. Decir que éramos como hermanas era poco, éramos almas gemelas.

Crucé el parque que me alejaba del punto de reunión y me apresuré al encuentro de mi amiga que seguía retorciéndose en su asiento impaciente porque alguien le hiciera compañía.

-¡Hola darling! – le dije, mientras me sentaba a su lado en espera de las demás.

-¡La gatez de la impuntualidad con ustedes! –me respondió con ese tono acusador que solamente eres capaz de soportarle a quien ha pasado la mayor parte de su vida a tu lado. Solté una carcajada, pedí dos cervezas y ella sabía que era mi modo de decirle lo siento mucho, aquí estoy.

A los pocos minutos llegaron Lucía, Camila y Nadia. Lucía, es alta, delgada y con piel de porcelana, demasiado bonita para esta ciudad creía yo. Camila con su pelo largo y lacio, la nariz afilada y los ojos grandes, tenía la manía de peinarse la cabellera con los dedos cada vez que se ponía nerviosa y Nadia, la hippie  del grupo, una hippie de curvas delicadas e ideas brillantes, creía en las energías, en las vibras y en la capacidad de la gente de ser buena. A pesar de todas las traiciones que había vivido siempre lograba confiar de nuevo en las personas. Yo por mi parte me podía describir como el punto medio, un tanto cínica ante la vida, mi encanto consistía en ser libre, soltar carcajadas y provocarlas; pero también de estar plenamente consciente de que poseía algo que seducía y sabía como explotarlo.

Sentadas las cinco en aquella mesa sabíamos que esa tarde se trataría un tema que nos había tomado a todas por sorpresa. Las palabras TERMINÉ CON JOSÉ seguidas de tres puntos suspensivos habían parpadeado en mi celular a las 9:15 am de aquél sábado. NO JODAS ¿¡QUÉ?!, fue lo que mis dedos recién levantados atinaron a contestar. José era el “amor de la vida” de Katia, se habían conocido hacía dos años en un viaje que ella había hecho a Nueva York, compartieron algunas palabras durante el vuelo de ida pero jamás intercambiaron teléfonos, ni redes sociales. Ambos se pasearon por aquella ciudad sin jamás cruzar su camino hasta que abordaron el vuelo de regreso. Se sentaron uno al lado del otro ensimismados en la pantalla de su móvil, riendo con sus iPhone hasta que las azafatas ordenaron apagar cualquier equipo electrónico. Había llegado el momento de convivir con el ser humano que tenían a un lado, dos sonrisas conocidas y una cara familiar, más cinco horas de vuelo fueron suficientes para que este par empezara a andar una semana después. El individuo en cuestión se había ganado nuestro aprecio y hasta lo habíamos convertido en parte del grupo; era algo así como un activo fijo.

Con lo que no contábamos era que ese activo fijo se iba a fijar en una recién graduada de la universidad de veintidós años con piernas largas y de nombre Sofía. Sofía era becaria en el despacho del incipiente abogado José Durán, quien había heredado los clientes y las oficinas de su padre. Katia nos contó que José era al parecer muy malo para esconder sus infidelidades y claro Sofía era demasiado joven y descarada como para ocultar el romance que meses atrás había comenzado como un juego de oficina.

Así que ahí estábamos, la cuerneada, la hippie que creía poco en el amor de pareja y mucho en el poliamor, la de piel perfecta que seguía en la búsqueda del príncipe azul, la del pelo precioso que llevaba años con el mismo novio por comodidad y yo, la que se estaba recuperando de un corazón destrozado y para la cual era casi imposible pensar en volver a enamorarse.

-Necesito vengarme –susurró Katia

-¿Vengarte guey? Neta, todo en esta vida es energía y todo se regresa, el karma está cañón amiga. Deja que la vida se lo cobre –respondió Nadia con esa voz tranquila y pausada que parece que está en una clase de yoga permanente.

-¡Sí hagamos algo al respecto! –respondí en automático y todas de un modo bizarro creímos que era lo correcto.

Así fue como comenzó todo. Cinco cabezas, cinco amigas reunidas alrededor de una mesa llena de shots de mezcal pensaron y armaron un plan de batalla contra el INOMBRABLE y su espléndida nueva novia. Debo decir que esto era terapéutico para mí, de cierta forma vengaba y rescataba la dignidad de mi amiga, pero también por una especie de efecto rebote me estaba rescatando a mí.  ¿Quién iba a pensar las consecuencias de un plan que se había fraguado en la mesa de un restaurante cualquiera en la Roma?

Llegué vestida al bar en el que José se reunía con sus amigos todos los jueves. Katia me había puesto un push up que levantaba mis atributos hasta la garganta, por su parte Lucía me había prestado un vestido negro que se entallaba a mi cintura y dejaba la mitad de mis piernas al descubierto.  Me senté en la barra y esperé a que mi presa o alguno de sus amigos se acercaran.

-¿Sam? –José pronunció mi nombre mientras posaba su mano sobre mi hombro.

-José, que coincidencia.- respondí con una sonrisa cínica y toqué su brazo para acercarme a darle un beso en la mejilla.

El abogado “experto” en las artes de la seducción se sentó a mi lado y me invitó un trago. Platicamos durante algunos minutos sobre su relación con Katia y por supuesto le pregunté por su nueva novia mientras mi pierna rozaba la suya.

-Sofía, es mi becaria, no pude evitar caer en la tentación, así como estoy intentando no caer rendido a tus pies en estos momentos.- respondió como si fuera un guión aprendido al que solamente le cambia los nombres.

Esbocé una sonrisa y fingí sentirme apenada. Su mirada se clavaba en mi escote una y otra vez y yo sabía que el plan estaba dando resultado. José era un hombre alto, delgado, de barba tupida y ojos cafés profundos. Jamás pensé que fuera mal parecido y tenía un gusto exquisito para vestirse. Sin embargo siempre pensé que creía ser mucho más de lo que era y sobre todo odiaba que se sintiera superior a mi amiga, pero hoy estaba en mis manos. Sabía que podía moverlo como un títere para que cumpliera con nuestro objetivo y lo estaba logrando. Mis manos rozaban las suyas, sus ojos se perdían en los míos, mi lengua incitaba a su boca, aunque por dentro pensaba “En cuanto este tarado me quiera besar, me tiro el whisky encima”. Todo estaba casi fríamente calculado, la cámara estaba lista y mis amigas desde su asiento podían capturar al infiel en plena acción.

@UnaTalAri

 

 

 

Duelo…parte final.

Fuiste un gran maestro de vida, tengo que reconocértelo. Fuiste esa persona que vino a enseñarme con el dolor de la pérdida, así que hoy he decidido por primera vez agradecerte todas tus enseñanzas y soltar.

  • Gracias por enseñarme que la confianza no se otorga, se gana. Por mostrarme que hay personas que aunque te hayan herido siempre buscarán salir invictos.
  • Gracias por enseñarme a identificar cuando los ciclos de alguien no han sido cerrados y que esto causa dolor en quien te ama. Alguna vez yo provoqué ese sentimiento en otro ser humano.
  • Gracias por mostrarme el peor lado de mí. Por ayudarme a conocer mis inseguridades, mis ataques de ira y mi ansiedad. Porque hoy me prometí jamás llegar a ese punto.
  • Te agradezco por mostrarme que el amor puede existir, pero que no basta con esto para poder construir algo que perdure, sobre todo si la persona que tienes a tu lado te ve como un escalón y no una meta.
  • Gracias por mostrarme que tengo la capacidad de amar hasta que duela y que llegar a ese punto no es amar sanamente.
  • Muchas gracias por tener detalles con otras mujeres y terminar cambiándome por alguien más. Esto sí te lo agradezco infinitamente porque estaba tan enferma emocionalmente que yo no habría podido soltarte, tenía que odiarte para poder hacerlo.

Hoy me doy cuenta de que puedo sobreponerme al rechazo, la falta de empatía y el dolor. Que puedo ser un monstruo y que no tenía la madurez ni el amor propio suficiente para marcharme antes de convertirme en esa versión. Que tu intención jamás fue destruirme, sino que simplemente esa es la forma en la que sabes amar y que tu misión a mi lado era quitarme un poco de inocencia para saber elegir mejor el amor que merezco. Gracias por mostrarme que la palabra resiliencia no es solamente un término, sino una actitud ante la vida.

@UnaTalAri

 

 

 

 

¿Cómo te rescatas?

Escribo porque a veces es más simple dejar que las palabras corran a través de los dedos que dejar que las lágrimas invadan el rostro. Hace aproximadamente dos años que me encuentro hundida en la tristeza. No me mal interpreten, cuando digo que estoy hundida no quiere decir que no me levante de la cama o que no salga o sonría, lo hago. Pero lo que el resto del mundo no puede ver es que todos los días mi cuerpo lucha para poder salir de la cama, todos los días lucho por sonreír y por volver a ser yo. ¿Te dije que lo que me duele es precisamente eso? No me duele que alguien se haya ido, me duele que mi inocencia, que mi confianza y esa capacidad de amar sin miedo no exista.

Quizá algunas personas no entiendan que no estoy herida porque alguien ya no está en mi vida, es porque lo que siempre fui; ese ser humano que creía en la bondad de otros, que veía el lado positivo de casi todo, ya no existe. Me extraño, me extraño mucho y no he sabido volver a ser la misma. No creo en nadie y no logro abrirme. Recordar todo lo que le permití a otro ser humano me hace odiarme aún más. ¿Cómo te perdonas a ti mismo por todo lo que dejaste que te pisotearan? ¿Cómo te explicas que no se lo vas a permitir de nuevo a alguien más? ¿Cerrándote? ¿Creando armaduras tan fuertes que terminas aislado? ¿Cómo te explicas a ti mismo que en tu afán por protegerte lo estás privando de ser amado?

@UnaTalAri

 

Inicio…

¿Qué pasó en mi pasado que decidí que esta porquería era el amor que merecía?

¿Qué me hizo creer que merecía que alguien me hiciera sentir que soy una opción y no una prioridad?

Ese día con el aroma fresco de una nueva mentira me arrastré fuera de la cama. Esta vez me iría sin hacer ruido, sin insultos y sin despedidas.  Esta vez con lágrimas en los ojos no le exigiría una explicación, más bien me pediría a mí misma casi como un mantra que dejara ir «Déjalo ir. Por favor, déjalo ir» me repetía una y otra vez mientras recorría la planta baja de mi casa. «No te mereces esto, te mereces más, mucho más» «Por favor ábrete, por favor ya no te cierres, por favor déjate querer».

Tomé mi café y subí las escaleras, tomé un baño caliente y dejé que el agua lavara todo. Dejé ir la decepción y el coraje por la coladera. Elegí un vestido y me maquillé como hace tiempo no lo hacía. Crucé el garage y abrí la puerta…me abrí la puerta.

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Huequitos en el alma

dia_de_muertos_6826_620x413La abuela Jose siempre me contaba historias mientras batía la masa para los tamales que colocaría más tarde en la ofrenda. Aún recuerdo estar sentada en su mesa y escucharla platicarme su vida mientras la estufa calentaba la salsa y los olores inundaban el ambiente. Un día, con siete años de edad, le pregunté porqué se esmeraba tanto por preparar comida para gente que ya no estaba en este planeta, o al menos eso era lo que yo creía. Sacó su mano de la masa y con suma paciencia tomó la mía, la llevó a su pecho y dijo:

-Preparo esta comida para hacer un poquito más pequeños estos huecos que siento en el pecho. Recuerda mi niña, que cocinar para quien amas siempre sana el alma. Ahora ayúdame a batir y no reniegues que hoy tenemos fiesta.

Así que ahí estaba yo en su cocina, batiendo masa para quien sabe cuantos tamales; separando hojas de maíz y metiéndolas a remojar en agua. Es que ese día, más que su nieta parecía su esclava. Tráeme más agua. Mete esto, saca aquello. No me lo tomen a mal, pero yo ya rogaba porque dieran las cinco de la tarde y mi abuelo llegara a rescatarme. De pronto un sonido familiar; sus pasos cruzan el pasillo hasta el fondo de la casa. Esas botas que retumban en el piso como si se tratara de un gigante. 

-¡Abuelo! grito, salto de la silla y salgo corriendo a recibirlo.

-¡Deme mi beso, pero en la frente porque te pican mis bigotes! Y lo hago. Le beso la frente y me aferro a él como si no quisiera que se fuera nunca. Porque la verdad es que es mi mayor deseo, que se quede a mi lado para siempre. Me doy cuenta de que carga unas flores entre amarillas y anaranjadas que huelen muchísimo. Su olor es dulce, pero me genera un sentimiento extraño; como si de pronto la tristeza tuviera aroma. Flor de cempasúchil, dice él que se llaman y las coloca en dos floreros.

Esa tarde el abuelo no juega, prepara una mesa con diferentes niveles y me pide que le ayude. Colocamos veladoras, fotografías de la familia, papel picado de colores, sal, copal, agua, tequila, café, chocolate caliente, calabaza en tacha, dulces, pan de muerto y calaveritas de azúcar. Esto parece una verdadera fiesta, pienso. De pronto los aromas de la cocina invaden el lugar en el que todos estamos terminando de decorar. Sale un platón lleno de tamales calientes y esponjosos, la abuela los coloca frente a la foto del tío Santiago; el abuelo sirve un caballito con el tequila que tanto le gustaba a su hijo. El mole para los bisabuelos y los sopes para todos. La abuela besa la foto de sus padres y de su hijo, mientras su rostro esboza una sonrisa y se toma del brazo de su esposo.

Hoy treinta años después ese recuerdo es mi presente. Mi hija está sentada en la barra de la cocina ayudándome a preparar los platillos favoritos de quienes hace treinta años me enseñaron a honrar la vida y no temerle a la muerte. Porque en México sabemos llorar cuando alguien se va, pero también reímos al recordar. Este bendito país que hace fiesta hasta para los que hoy solamente viven en nuestros recuerdos. No puedo evitar suspirar y sonreír al pensar en las manos de mi abuela batiendo la masa a mi lado y no puedo esperar a que esos pasos de gigante recorran el pasillo y yo pueda aferrarme a su presencia al menos por unas horas. Enciendo la última veladora; me tomo unos segundos para admirar lo que hemos creado, beso las fotos de mis viejitos y se me escapa una sonrisa de oreja a oreja. Porque hoy mi alma siente menos tristeza y más alegría. Entonces me doy cuenta que la abuela tenía razón, estos huequitos en el alma se llenan con amor y buen sazón.

@UnaTalAri

A mis abuelos, que me enseñaron el amor más puro que pueda existir.

A la abuela Jose, cuya cocina siempre fue mi lugar favorito.

 

 

 

 

 

 

 

Mi codependencia y yo

«Estás enferma» Ese era el insulto que recibía del hombre que amaba cada vez que descubría una mentira, traición, omisión o como le quieran llamar.

La realidad es que tenía razón. Estaba total y completamente dañada emocionalmente, buscaba la forma de demostrarle y demostrarme que no estaba loca, que lo que mi sexto sentido me dictaba no estaba del todo equivocado, buscaba pruebas para ganar una batalla contra alguien cuya respuesta iba a ser de nuevo ESTÁS ENFERMA. Esas palabras marcaron mi vida durante años.

Mi relación no era para nada algo que se pudiera llamar amor, no después de los primeros meses. Cada discusión era mi culpa, cada problema que teníamos terminaba siendo provocado por mí. Es más, incluso cuando mis celos estaban totalmente fundamentados, de alguna forma lograba manipularme y yo terminaba siendo la maldita de la historia, la violenta, la loca. Así es como tu autoestima va mermando, así es como comienzas a creer que el ser que tienes a un lado es lo más maravilloso por aguantarte con todo lo «insegura, loca y enferma que eres o cuando pierdes los estribos». Así te conviertes en un adicto al premio y castigo, como un animalito bien entrenado.

La Ruptura

Durante los días posteriores a ésta, mientras asimilaba la traición que hacía meses ya se había anunciado intentaba encontrarme a mi misma. No me reconocía, había días que en verdad creía todo lo que ya estaba instalado en mi subconsciente.  Pasaba noches enteras llorando, días torturándome y sintiendo que era el peor ser humano del mundo al haber insultado y lastimado al único hombre que me había «amado» con todo lo que yo era. ¿Quién se iba a querer quedar con una loca, mediocre, violenta, enferma, que alucinaba cada una de las traiciones? Claro, era lógico que me pusiera el cuerno y que me dijera que estaba harto de mí.

¿Por qué fui capaz de aceptar que alguien insultara, no solamente mi inteligencia, sino mi autoestima? Porque en esta relación no fui una víctima, fui una feliz participante en el concurso de «PROBEMOS NUESTRO NIVEL DE ENFERMEDAD». Si bien mi compañero me llevaba por lo menos diez años de vida recorridos, eso no quiere decir que haya sido el abusador. Ambos con nuestra nula inteligencia emocional estábamos envueltos en una relación codependiente. Esto quiere decir que eres abusador y abusado en diferentes situaciones y rangos.

Aunque mis celos eran fundamentados, una persona sana emocionalmente hubiera terminado la relación antes de convertirse en la novia psicópata que yo fui. Alguien sano emocionalmente no cree que el amor es un constante sube y baja de emociones. La realidad es que de cierta forma esas palabras que tanto odiaba eran ciertas. Alguien con la suficiente autoestima, amor propio y madurez hubiera dejado esa relación al primer signo de que algo estaba mal. Después de todo sí era una enferma, pero hoy lucho todos los días contra mi personalidad codependiente.

Aquí les dejo lo que he aprendido después de meses de terapia y que me ha ayudado a recuperar mi vida y autoestima, por lo que espero que le ayude a cualquiera que se encuentre en esta situación.

  • NADIE es responsable de las situaciones que aceptas, más que tú.
  • Una persona que realmente se ama no es capaz de soportar ni violencia emocional o física.
  • Aprende a escucharte. El amor no es miedo, no es ansiedad y no es sufrimiento.
  • No culpes a otros, responsabilízate por tus actos y por tus sentimientos.
  • Vas a volver a ser feliz y sonreír, todo lleva tiempo, sé paciente. Las heridas sanan.
  • No creas todo lo malo que dijeron de ti. Todos buscamos justificarnos. Aprende a conocerte y sé consciente de tus defectos y virtudes, trabaja en los defectos, alimenta tus virtudes.
  • Trabaja en lo que no te gusta de ti, tanto física como emocional o moralmente. Esto atraerá a personas igual de sanas que tú.
  • Enamórate de ti y ámate, así no aceptarás menos amor y tranquilidad del que te tienes tú y serás una persona lo suficientemente en paz consigo misma como para poder dar amor.

@UnaTalAri

 

13:14

13:13 Escuchaba esa canción que minutos antes un amigo me había regalado. De pronto un camión cruza la calle a toda velocidad ¿la casa se mueve?.

13:14 Mi casa jamás se mueve, salvo por aquella anécdota que mamá y papá cuentan. Era precisamente un 19 de septiembre pero de 1985 la última vez que quienes habitaban aquí recuerdan haber sentido algo. La vibración no para, las ventanas hacen ruido. El crujido de la estructura moviéndose me hace salir corriendo por la puerta. Me freno en el jardín, el piso no para de sacudirse, subo las escaleras hacia el garage. Mi corazón se acelera, mi memoria histórica y anecdótica me dicta que si aquí sentimos algo la Ciudad debe estar devastada. La angustia recorre mi cuerpo, no son ni las 13:15 y ya estoy hablando con mi papá. Se sigue moviendo, me dice, pero estoy bien. Cuelgo y marco a mi compañero de vida, mi hermano. Estoy bien, alcancé a salir. La alerta sonó en el momento en el que comenzó todo; colgamos. Mi madre me llama. ¿Estás bien? Sí, respondo en automático, estoy bien ¿y tú?.  Yo también, responde. Dos minutos después un mensaje de mi hermano «Hay edificios derrumbados, tengan cuidado» y lo acompaña un video.

No lo creo. Debe ser una mala broma, alguien que está jugando y bromeando. Porque los mexicanos eso hacemos ante la desgracia. Entro, enciendo la televisión, leo Twitter. Mis lágrimas no paran de brotar y no lo entiendo. No me pasó nada ¿por qué me está doliendo el caos y la incertidumbre y las lágrimas desesperadas de la vecina que vio desaparecer ante sus ojos el edificio frente a su casa? Al fondo, ciudadanos confundidos se suben entre los escombros intentando con sus manos liberar la vida que se encuentra debajo.

Tenemos que hacer algo, me escribe mi alma gemela. Vamos a comprar víveres y los mandamos. Vamos a ayudar, lo que sea que que eso signifique. Porque no lo sabemos, porque jamás nos había tocado, porque nacimos dos años después del ’85 y nuestra memoria histórica solamente nos dice que nuestros papás se partieron la madre entre los escombros rescatando vidas. Ninguna lo dice, pero ambas sabemos que hoy nos toca, que hoy somos nuestros padres. Mandamos la ayuda pero no es suficiente para sentirnos en paz.

Miércoles, cuatro amigos recorren la Ciudad buscando como ser útiles. Estacionamos el auto y descargamos la ayuda muchas cuadras atrás de donde se necesita.  En el camino nos detienen dueños de restaurantes en una de las zonas más afectadas. ¿Van para allá? ¿Pueden llevarse esto? Y ahí vamos cargados de víveres, palas, herramientas, comida y medicamentos. Caminando llenos de tristeza, de conmoción, de ganas de ayudar y de no saber como hacerlo. Pero como si fuera algo natural te unes a cadenas humanas y levantas el puño y guardas silencio porque hay esperanza de encontrar vida y no te importa que la tuya esté en peligro porque acaba de empezar a salirse el gas de algún lugar cercano al que estás parado. Subes tu mascarilla pero no abandonas la fila; porque esta camioneta que estás llenando se va a Morelos. Allá no ha llegado nada, nos dicen. Es muy tarde para que se vayan, pienso. Pero parece que los héroes han tomado las calles y enfrentan el peligro con tal de llevarle ayuda a quien hace 24 horas lo perdió todo.

Es viernes y nadie bromea aún. ¿Recuerdan cuando dije que el mexicano se ríe de sus desgracias? Quizá es cierto, pero no hoy. Todavía no. La herida está demasiado abierta y el alma demasiado dolida. Cuando la Tierra nos sacude con fuerza el mexicano no se ríe, despierta de su letargo y no se rinde, no conoce el cansancio, ni el hambre, ni la distancia. El corazón del mexicano ruge de dolor y de incertidumbre pero bombea para mantenernos en pie, para que las lágrimas corran mientras los brazos y los pies no se detienen.

@UnaTalAri